Lunes 14 octubre 2019

Dev. 14

*La libertad de la salvación*

*Gálatas 3:10-13 Porque todos los que dependen de las obras de la ley están bajo maldición, pues escrito está: Maldito todo aquel que no permaneciere en todas las cosas escritas en el libro de la ley, para hacerlas. 11 Y que por la ley ninguno se justifica para con Dios, es evidente, porque: El justo por la fe vivirá; 12 y la ley no es de fe, sino que dice: El que hiciere estas cosas vivirá por ellas. 13 Cristo nos redimió de la maldición de la ley, hecho por nosotros maldición (porque está escrito: Maldito todo el que es colgado en un madero.*

*LA MAYORÍA DE NOSOTROS ESTAMOS ACOSTUMBRADOS* a trabajar por un sueldo. Nos pagan por un trabajo terminado, y hay una bonificación cuando el esfuerzo supera las expectativas. Es comprensible, entonces, que muchas personas crean que la salvación depende de nuestras acciones.

Los Diez Mandamientos muestran la norma de Dios para la santidad, pero aparte del Señor Jesús nadie los ha obedecido perfectamente. De hecho, Santiago 2:10 señala que “cualquiera que guardare toda la ley, pero ofendiere en un punto, se hace culpable de todos”. Un solo pensamiento de envidia, un comentario poco amable, o una acción que deshonre a los padres es todo lo que se necesita para ser un transgresor de la ley, de acuerdo con lo que Dios estipula. Es decir, si la salvación dependiera de nuestra insuficiente justicia, nadie podría salvarse. Pero estas diez normas no tenían la intención de salvarnos; su propósito era mostrar nuestra impotencia y señalarnos a Cristo (Ga 3:24).

Nuestro Padre Celestial sabía que con nuestras propias fuerzas éramos incapaces de cumplir su ley. Pero, por su misericordia, envió a su Hijo sin pecado para recibir el castigo que nosotros merecíamos por nuestras transgresiones: la muerte (Ro 6:23). El Señor Jesús cargó con nuestros pecados, murió y resucitó de la tumba. De este modo, venció al pecado para que podamos ser libres.

La muerte y la resurrección del Señor Jesús rompieron las cadenas del pecado. No podemos hacer nada para reconciliarnos con Dios; nuestra única esperanza es aceptar el regalo del sacrificio que el Señor Jesús hizo por nosotros. Al rendir nuestra vida a Él, encontramos verdadera libertad.

*Devocionales del Dr. Charles F. Stanley*

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